miércoles, 3 de septiembre de 2008

Los vaivenes del alma.

Para Ana


Un hombre visita una galería de arte por primera vez en su vida y al estar rondando por allí ve muchas cosas agradables y otras no tanto. Esculturas que no entiende, pinturas que para él carecen de sentido, grabados, fotografías, etc. Y de entre todas esas cosas que ve, sólo hay una pintura que le llama la atención particularmente, de una hermosa y esbelta dama que sonríe cautivadoramente y que enarbola una bellísima cabellera negra que cae ligeramente sobre sus hombros. El hombre se queda observando la pintura durante horas hasta que la encargada de la galería se acerca ya que le llama la atención tal hecho. El hombre lo único que puede balbucear es: 'la quiero'. Y es que aunque no entiende el arte de dicha pintura, ni pretende hacerlo, en el fondo de su corazón algo le dice que debe ser para él, que la debe poseer, que sólo puede ser suya. Haciendo acopio de todas sus fuerzas y recursos, entrega una fuerte suma de dinero para garantizar que nadie más sino él pueda llevarse aquella obra maestra y se va a su casa muy contento de haber vivido tal golpe de suerte.

El hombre trabaja arduamente para poder pagar el resto de la deuda y puntualmente cada semana se dirige a la galería a entregar la parte que corresponde y a observar maravillado durante horas su inteligente adquisición. Así pasan meses.

Cuando por fin le entregan su tan ansiada pintura, corre a su casa vuelto loco de alegría, invita a sus amigos, familiares y conocidos y hace una gran fiesta para dar a conocer la hermosa pintura que con el sudor de su frente ha logrado obtener y todos sorprendidos la observan y comentan lo bella que es.

Al pasar los días y después los meses, el hombre se va acostumbrando a ver la pintura de su hermosa dama todo el tiempo perfectamente colocada en la sala de su casa. Y se acostumbra tanto que llega el momento que a penas si la distingue. De vez en cuando la ve por algunos minutos, sonríe y sigue con su camino. Hasta que un mal día empieza a pensar que ya no le gusta tanto como antes, que le parecería mejor no tener nada sobre esa pared.

Llegado el momento decide quitarla de su sitio y la pone en otro lugar donde ya no la ve y así transcurre el tiempo, con la pared blanca en la sala de su casa, la cual a pesar del tiempo aún tiene la marca de un cuadro que estuvo ahí por un largo periodo. Hasta que una tarde de recuerdo del pasado se percata de lo solo y aburrido que parece su hogar desde que quitó el retrato de la hermosa dama y decide ir a buscarlo para observarlo de nuevo. La pintura ya no está. Alguien la ha robado.

El hombre se preocupa y llama a la galería, a sus amigos, a sus familiares, pero nadie puede darle razón del lugar en el que se encuentra y entonces sale a la calle desesperado, por calles solitarias, por callejones sin salida. Busca por todos lados, pero lo único que encuentra es gente que no le interesa su irreparable pérdida. Sintiéndose derrotado, regresa a su casa, confundido y maltrecho y cuando entra se da cuenta que su amada pintura está ahí, de nuevo, en la sala, más hermosa y radiante que nunca. El hombre en vez de brincar de alegría camina lentamente hacia ella, se sienta a sus pies y llora amargamente por horas y horas, pues se da cuenta que en realidad nunca la perdió, sino que la dejó de distinguir por completo. Y sintiéndose terrible la toca con delicadeza y se duerme junto a ella, para no despertar jamás.

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